La Terra Alta

El paraiso de la Garnatxa

La singularidad de los vinos de la Terra Alta se debe a la existencia de una cultura vitivinícola con identidad propia debido a la ubicación de sus viñedos a pocos kilómetros del mediterráneo y al predominio de las variedades tradicionales, entre ellas, la que mejor expresa el singular carácter del terruño: la Garnacha Blanca.

La zona de producción y elaboración de la DO “Terra Alta” tiene su enclave en la comarca homónima situada al sur de Catalunya, entre el río Ebro y la frontera con tierras hispano-aragonesas.

Los suelos de cultivo, emplazados entre 350 y 550 metros de altitud, presentan generalmente texturas arcillosas y tienen como denominador común su riqueza en caliza y su pobreza en materia orgánica.

Su paisaje mantiene todos los rasgos característicos de un terruño de interior cercano al Mar Mediterráneo: cordilleras calizas prelitorales, pequeños ríos, montañas de roca conglomerada, bosques de encina y pino blanco y sobre todo, suelos agrícolas teñidos de los típicos cultivos mediterráneos: almendro, vid y olivo.

No es de extrañar que ese paisaje, ese Mediterráneo interior, inspirara a Picasso en dos estancias, en tiempos y situaciones muy diferentes, sentimientos e imágenes que han quedado reunidas en un emotivo museo, en una de esas esas calles pendientes, pedregosas y preciosas de Horta de Sant Joan, donde estuvo el antiguo hospital.

Otro de los rasgos que reivindica la mediterraneidad de los vinos de la DO es la climatología. Abundante insolación y pluviometría escasa, y un invierno frío que denota cierta continentalidad.
Por todo lo dicho, los vinos blancos de la DO Terra Alta tienen un cierto volumen y untuosidad, y una notable acidez que les aporta frescura. Aromáticamente recuerdan a frutas blancas y amarillas (en menor medida), y a hierbas aromáticas como el hinojo.
Los tintos son corpulentos pero ágiles y muy bien estructurados. Aromáticamente espirituosos con notas de fruta roja, más o menos madura, sobre un fondo vegetal.